miércoles, 18 de mayo de 2022

Midiendo el cerebro

 

El cerebro es lo que somos

No sé si os pasará a vosotros, según a lo que os dediquéis, que tenéis que contar una cosa cientos de veces a lo largo de vuestra vida. Quizás si sois comerciales o, simplemente, trabajáis cara al público, sabréis de qué hablo.
Yo odio repetir las cosas como un loro, así que cada vez que cuento algo procuro hacerlo de forma distinta, pero si lo repites cien veces es muy difícil mantener la frescura o la improvisación y no ser un poco mecánico.
Así que voy a intentar explicar, una vez más, lo que yo hago, sin repetirme demasiado, lo cuál es misión imposible, pero el mundo es de los audaces.

Yo mido el cerebro.
Y diréis, en tono de chanza, ¿con un metro?
Pues no, os contesto con mi cara más seria, con un voltímetro, pero es que es un voltímetro muy especial.
A lo que yo hago se le denomina qEEG: electroencefalograma cuantitativo, y consiste en medir la actividad eléctrica del cerebro y analizar las ondas resultantes de dichas mediciones.

¿Y para qué sirve esa medición?
Pues, simplificando mucho, esa medida nos informa del porcentaje de neuronas que hay en la corteza cerebral disparando a una velocidad concreta. Dicho de una forma mucho más simplificada aún, a qué velocidades funciona cada parte de nuestra corteza cerebral.



Hoy en día cada vez se habla más de Neurofeedback, que es una técnica de tratamiento de la que he hablado en bastantes de mis artículos (podéis visitar mi Web pulsando en el enlace del logotipo inferior), que muchos confunden con el qEEG -incluso yo me expreso así a veces para simplificar explicaciones-. Y si bien es cierto que antes de empezar un tratamiento con Neurofeedback hay que hacer un qEEG para determinar las dianas del tratamiento, no tiene nada que ver.
Consejo importante: si estáis pensando en realizar un tratamiento con Neurofeedback y en el centro al que acudís no os hacen antes un qEEG: "exigdlo".

Si habéis llegado hasta aquí -gracias por vuestra paciencia- os explico para qué sirve un qEEG a nivel práctico.

Con los años se han realizado múltiples qEEG y analizado las correlaciones que existen entre las medidas obtenidas y los estados emocionales y cognitivos. Por ello, analizando un qEEG podemos inferir la sintomatología esperable y determinar qué actividades cerebrales anómalas están asociadas a dichos síntomas.
Pondré un ejemplo, que espero lo explique mejor: cuando las personas acuden a mi consulta con un problema de ansiedad y le hago una medición, me encuentro, habitualmente, con cuatro patrones de actividad distintos y, sin embargo, la sintomatología es muy similar en todos los casos. Pero la forma de tratar a cada uno de estos subtipos -tanto con terapia tradicional, como con farmacología o con Neurofeedback-, es muy distinta. O debería decir que tendría que ser muy distinta si queremos curar a esa persona de la ansiedad.

Hay muchos patrones de actividad que están muy identificados y que detectamos con el qEEG, como los problemas de atención y memoria (y el margen que tiene una persona de mejorar en ese campo), los desequilibrios emocionales, la ansiedad, el umbral de dolor o los pensamientos rumiantes, por citar algunos.

Así pues, se puede medir nuestro cerebro y es muy útil hacerlo, tanto para conocer nuestros posibles problemas como las posibles mejoras.


lunes, 7 de octubre de 2019

¿Por qué a algunas personas les afecta más la ansiedad y la depresión?

La función ejecutiva y la respuesta emocional

¿Por qué a unas personas les cuesta más contener sus emociones que a otras? ¿Por qué algunas personas padecen estados prolongados de pesadumbre, rabia -contenida o no- o impotencia ante los acontecimientos? ¿Y por qué otras no?

La principal razón de ello hay que buscarla en el aprendizaje emocional. la forma en la que cada uno hemos ido aprendiendo a manejar nuestras emociones a lo largo de nuestra vida es el principal factor de resiliencia ante el estrés, las incertidumbres y las desgracias que pueden acontecer en la vida diaria.
Sin embargo, ese es un tema para tratarlo en mi blog de psicología clínica, mientras que en este blog, dedicado a la neuropsicología, quiero hablar de otro factor que, aunque indirecto, resulta determinante en la estabilidad emocional: la función ejecutiva.


El concepto de función ejecutiva ha estado -y está- tradicionalmente ligado al establecimiento de planes y resolución de problemas, pero no menos importante es su participación en las estrategias de regulación y en la atención ejecutiva.

La atención ejecutiva no forma parte de las redes atencionales, sino que más bien podemos considerarla el sistema de control de estas. Sería la parte del cerebro encargada de decidir qué requiere atención.
Un ejemplo de la importancia de esta función lo encontramos en el TDAH, Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, que se diagnostica por síntomas pero que se considera un problema de tipo atencional. Cuando diagnosticamos este trastorno mediante mapeo cerebral, vemos que existen diferentes actividades neuronales que corresponden a síntomas similares, no todos ellos relacionados con las redes atencionales. Uno de las configuraciones cerebrales que produce síntomas de TDAH es la ineficacia de la función ejecutiva, relacionada no con una falta de atención, sino con una baja capacidad de establecer prioridades entre los diferentes focos a los que se puede atender.


Pero de todas las subfunciones de la función ejecutiva, la más relacionada con las emociones sería el control inhibitorio.
Se trata de la función cognitiva que nos permite detener conductas, emociones y pensamientos automáticos y establecer respuestas alternativas más funcionales.
Creo que se explica mejor con algunos ejemplos:
  • Vamos andando por la calle y escuchamos una bocina. Andar es una función automática a la que no prestamos atención. Al escuchar la bocina centramos nuestra atención en dicho estímulo, teniendo la capacidad de quedarnos quietos o apartarnos bruscamente, si la circunstancia lo requiere.
  • Estamos tristes por la muerte de un familiar, pero tenemos que acudir al trabajo. Detenemos la respuesta emocional mientras permanecemos en el entorno laboral, o al menos en los momentos en los que en dicho entorno debemos interactuar con otros o concentrarnos para resolver una tarea, pero nos permitimos estar tristes de nuevo después.
  • En el trabajo hemos tenido un problema con un compañero y no podemos dejar de darle vueltas al conflicto, pero llegamos a casa y bloqueamos ese pensamiento para que no perturbe la relaciones con nuestra pareja o nuestro hijos.
En cada caso estamos realizando una conducta automática: mecánica -andar-, emocional -sentir tristeza- o cognitiva -pensamientos obsesivos-.
En cada caso un control inhibitorio eficaz nos ha permitido controlar dicha conducta y preparar otra conducta más útil para cada situación específica.
¿Qué hubiera pasado en caso de tener un mal control inhibitorio? Pues el coche que tocaba la bocina podría habernos atropellado, habremos estado llorando en el trabajo incapaces de realizar nuestras tareas y al llegar a casa habremos pagado nuestro malestar emocional con nuestra familia.



Por eso, aunque las funciones ejecutivas no están directamente relacionadas con las emociones, tienen mucho que ver con la forma en la que las manejamos.
Mi experiencia es que muchas personas que padecen depresiones crónicas y estados de ansiedad generalizada que persiste durante años adolecen de una función ejecutiva no tan efectiva como debiera ser.


Queda la pregunta del millón: ¿se puede mejorar la función ejecutiva?
Y la respuesta es un rotundo sí. Nuestra plasticidad cerebral nos permite mejorar en casi cualquier aspecto de nuestro cerebro que queramos trabajar y en el que nos impliquemos activamente.
Cuando me llega a consulta una persona que lleva mucho tiempo padeciendo depresión o ansiedad, le realizo una evaluación de la función ejecutiva y si veo que no funciona tan bien como debería, intento trabajar de forma simultánea tanto los problemas emocionales como la mejora de la función ejecutiva.


miércoles, 27 de marzo de 2019

Prevenir la demencia

El deterioro cognitivo subjetivo

Hace unos meses escribí un artículo sobre la detección precoz del alzhéimer usando pruebas neuropsicológicas. Me ha vuelto a la memoria este tema tras haber leído un artículo sobre el deterioro cognitivo subjetivo, ya que ambos están muy relacionados.


Aunque la misma expresión aclara su significado, quiero empezar definiendo el término claramente.
Se denomina así a la sensación que tienen algunas personas, que asocian con el incremento de su edad, de que su "cerebro" no funciona tan bien como antes. Se aprecian dificultades de memoria y atención, enlentecimiento mental e incluso deficiencias perceptivas. Pero esas sensaciones no tienen correlatos cuantificables, es decir, que las pruebas que miden dichas características de forma objetiva muestran que el nivel de ejecución de esa persona no está afectado.
La última frase requiere aclaración. Para medir la memoria, la atención y la velocidad de procesamiento utilizamos pruebas neuropsicológicas. Dichas pruebas nos dicen si los valores de dichas capacidades son normales o están desviados de la media. Cuando se habla de deterioro cognitivo subjetivo lo que estamos indicando es que la persona "siente" que algo va mal, pero las pruebas clínicas no detectan problemas.

Una aclaración adicional, aunque la sensación de deterioro cognitivo suele darse en edades avanzadas, no es inusual también en jóvenes adultos y personas de mediana edad. Así, el término, aunque asociado al envejecimiento, no está restringido a una franja de edad concreta.

Pero volvamos al tema de las pruebas neuropsicológicas. ¿El hecho de que una prueba indique que no hay afectación significa realmente que las sensaciones subjetivas son infundadas?
En absoluto, estar dentro de la media de la población no nos dice si ha habido retroceso, solo que nuestro nivel cognitivo actual no difiere demasiado del resto de las personas del mismo rasgo de edad. Si hubiéramos pasado las mismas pruebas a esa persona unos años antes y comparásemos las anteriores con la actuales sabríamos realmente si ha habido un retroceso.
Entonces, ¿es siempre preocupante sentir que las facultades cognitivas disminuyen? Pues siempre no, pero frecuentemente sí.


Las estadísticas nos indican que es mucho más frecuente padecer alzhéimer entre las personas que han notificado previamente un deterioro cognitivo subjetivo. Eso no significa que siempre que se sienten disminuir las facultades cognitivas se vaya a padecer una demencia, pero sí conviene considerar la posibilidad.
Por otra parte, en el citado estudio al que hacía referencia al principio de este artículo, se ha constatado que las personas que alegan padecer un deterioro cognitivo subjetivo se benefician de una rehabilitación cognitiva, mientras que los que no la manifiestan no consiguen mejoras significativas tras el mismo entrenamiento.
Puede parecer algo trivial, pero este hecho es muy importante. Si alguien que dice notar pérdidas de memoria, atención y fluidez mental, tras un entrenamiento en estas capacidades, aprecia mejora quiere decir que efectivamente había sufrido una merma en dichas capacidades.

Muchas investigaciones han mostrado que el inicio del alzhéimer se retrasa considerablemente si la persona tiene una buena reserva cognitiva. Este término hace referencia al uso que hemos dado a nuestro cerebro durante nuestra vida, e incluye conceptos como cultura, conocimientos o inteligencia.
De igual forma, el entrenamiento cognitivo provoca que la demencia se desarrolle más tarde y que tenga un principio más suave.

Dicho lo anterior creo que queda claro que si se tiene la sensación subjetiva de estar perdiendo facultades lo mejor es acudir a un especialista (un neuropsicólogo), que ayude a recuperarlas, pues eso supone un seguro contra la demencia precoz.








martes, 5 de febrero de 2019

Midiendo el cerebro

¿Qué es un mapa mental?

Estos últimos meses he escrito varios artículos sobre la técnica del qEEG (electroencefalograma cuantitativo) y algunos de sus usos, pero aún queda mucho que decir sobre el tema. Esta herramienta diagnóstica, casi desconocida en España, está resultando cada vez más útil en el campo de la psicología clínica y creo que merece algo más de reconocimiento.

Un mapa mental no es más que un electroencefalograma analizado mediante unas funciones matemáticas (transformadas de Fourier, por si tenéis interés) que nos permiten saber el tanto por ciento de cada frecuencia de las ondas cerebrales.
Supongo que para la mayoría de los que estáis leyendo este texto el párrafo anterior habrá sido completamente ininteligible (o casi), así que explico que significa eso a nivel práctico.
Un electroencefalograma mide flujos de iones que se producen cuando una neurona se comunica con otra. La velocidad con la que cambian dichos flujos está directamente relacionada con la velocidad de la comunicación. Por lo tanto, lo que obtenemos con el mapa mental es el tanto por ciento de neuronas que en una zona concreta se comunican a una velocidad específica.
Simplificando podemos decir que obtenemos el porcentaje de neuronas que están comunicando demasiado despacio (flujo delta), despacio (canal theta), en velocidad media (canal alfa), rápido (flujo beta) y demasiado rápido (flujo beta-alta).


¿Y para qué sirve esto?

Os lo explico de forma práctica. Suponed que en un centro que se realizan mapas mentales de este tipo a las personas que se van a medir se les realizan  unas pruebas previas para determinar si padecen algún tipo de problema emocional, cognitivo u otra sintomatología que tenga que ver con la actividad cerebral. Ahora pongamos que queremos buscar una característica concreta, por ejemplo la depresión. Clasificamos todos los mapas que hemos realizado según si las personas que hemos medido presentan o no síntomas depresivos y buscamos las diferencias entre los dos tipos de mapas. Si encontramos uno o varios valores específicos que aparecen siempre en las personas depresivas y no aparecen en las personas que no padecen depresión a partir de ese momento podremos saber si una persona tiene una depresión o no haciéndole un mapa mental, sin tener que realizarle ninguna prueba adicional.
Si hacemos lo mismo con una amplia variedad de de problemas podemos detectar por el mapa mental muchos trastornos de forma más efectiva que basándonos en evaluaciones subjetivas.
Además, esta forma de analizar los mapas mentales permite clasificar algunos problemas en diferentes subcategorías. Por ejemplo los diferentes tipos de ansiedad como explicaba en un artículo anterior, diferentes tipos de depresión, de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), etc.

Pero un mapa mental no solo sirve para detectar problemas, sino que también nos indica la potencialidad de mejora. El margen para aumentar características que nos hagan más efectivos: inteligencia, precisión, anticipación, resistencia al dolor, etc.

Otro punto fuerte de los mapas mentales es confirmar un diagnóstico, por ejemplo es frecuente que en personas con síntomas aparentemente depresivos en realidad su problema sea de tipo ansioso. También puede ocurrir que un problema que se manifiesta con síntomas emocionales pueda tener una causa de tipo más neurológico.

Por todo lo dicho, los mapas mentales resultan especialmente útiles para planificar un tratamiento, ya que nos permiten enfocarlo hacia la causa real y no a la aparente.



¿Hasta que punto son fiables los mapas mentales?

Hay que entender que la forma en que se analizan los datos es estadística y en todas las pruebas en las que se establecen puntos de corte de esta forma cabe la posibilidad de que existan falsos positivos y falsos negativos. No obstante, cuando el valor que se obtiene está lejos del punto de corte, el diagnóstico por esta técnica es muy fiable.

Así que si quieres saber más sobre ti mismo busca en tu zona quién realice qEEGs.








jueves, 15 de noviembre de 2018

Midiendo la ansiedad a nivel cerebral

Los tipos de ansiedad

Todos sabemos lo que es la ansiedad, es difícil no padecerla en menor o mayor medida, ya sea en momentos concretos, en temporadas o, incluso, todos los días de nuestra vida.
Sin embargo, si observamos a los demás nos damos cuenta que no siempre la ansiedad se manifiesta de la misma manera. El estereotipo de persona ansiosa es aquella que parece que siempre va corriendo, que se precipita, que parece incapaz de estarse quieta. Pero no es la única manifestación de la ansiedad y de eso voy a hablar en este artículo.
No conozco ninguna asignatura de la carrera de psicología en la que se realice una tipología de la ansiedad, pero desde que empecé a realizar mediciones de la actividad cerebral con la técnica del qEEG he podido constatar que hay manifestaciones muy típicas de comportamiento ansioso, que están muy unidas a la mapas cerebrales concretos y es lo que pretendo contaros.


La ansiedad de tipo lento: hay personas que lejos de cumplir el estereotipo manifiestan su ansiedad comportándose con parsimonia, haciendo todo con excesiva meticulosidad, llegan siempre tarde y en general tienen muy poca capacidad de afrontamiento. En estos casos el qEEG muestra una actividad de ondas lenta excesiva en algunas áreas.

El pensamiento obsesivo: es una forma muy común de ansiedad, en la que nuestra mente no puede dejar de pensar, trabaja en bucles dándole mil vueltas al mismo pensamiento, con una canción que se nos atora en la mente y de la que no podemos librarnos, repasando una y otra vez algún acontecimiento pasado que no podemos dejar de revivir y revisar. El qEEG de estas personas muestra un exceso de ondas rápidas, pareciendo indicar que si el pensamiento va a mil, las ondas cerebrales también.


La impulsividad: es un tipo de ansiedad que se manifiesta como precipitación, tanto física como mental, con toma de decisiones poco sopesada y muchas veces inadecuada, torpeza y, en ocasiones, rallando en la agresividad pero en otras justo en lo contrario. En estos casos se encuentra en el qEEG una descompensación de las ondas rápidas, que aparecen en exceso en algunas localizaciones y en defecto en otras.

La incoherencia con las expectativas: es un tipo de ansiedad muy común pero que no se suele catalogar como tal, se da en personas que no son realistas respecto de lo que pueden esperar de sus acciones o de los demás, que esperan resultados positivos con cierta ingenuidad cuando la experiencia previa les demuestra que no es así, que se ven compelidos a emprender una acción, esperando que en esta ocasión funcione lo que no ha funcionado antes. En general son personas con muy pobre capacidad de afrontar el estrés y que pueden llegar a tener comportamientos adictivos. En su qEEG se ve un defecto de ondas lentas en algunas zonas.

La somatización y la sensibilidad: muchas personas con ansiedad sufren respuestas somáticas debido a la activación excesiva de su sistema autónomo, que van desde problemas de deglución, dolores musculares y contracturas, bruxismo, tensión tempo-mandibular, dolores de estómago, afecciones cutáneas, cefaleas o migrañas, etc. El culmen de estas molestias suele ser la presencia de ataques de pánico, con temblores, bajada de temperatura corporal, problemas para respirar y sensación de muerte inminente. Además, hay personas que tienen una sensibilidad excesiva, a las que molesta en exceso los ruidos y con muy bajo umbral de dolor. En todos estos casos se suele manifestar en el qEEG un exceso de actividad de velocidad intermedia muy representativa.



Debo decir que todos estos problemas, además de por terapia tradicional, hoy en día pueden tratarse por Neurofeedback, así que conviene saber qué nos ocurre realmente, cómo se manifiesta nuestra ansiedad a nivel de activación cerebral y ponerle remedio para conseguir que nuestra vida sea mejor.


lunes, 29 de octubre de 2018

¡Yo no soy tonto!

La inteligencia no siempre se pone de manifiesto

He tenido varios clientes que tras el diagnóstico han acabado llorando... pero de alegría, o al menos, de rabia contenida por darse cuenta que lo que los demás pensaban sobre ellos, e incluso lo que ellos pensaban sobre sí mismos -que aún es peor- no es cierto. ¡Que no son tontos!



Muchas personas, derrotadas por el sistema escolar o sobreviviendo a él con gran esfuerzo, han sido etiquetadas de tontas o vagas o con otras lindezas semejantes.
Tomando la sublime definición de Forrest Gump de que un tonto es el que hace tonterías, pocos podríamos escapar a dicha acepción en más o menos momentos de nuestra vida. Sin embargo, si tomamos el calificativo de tonto como un sinónimo coloquial de un déficit intelectual, muy pocos encajarían realmente bajo ese apelativo.

No obstante, se designan de tontos a aquellos niños que tienen problemas escolares, que tienen dificultades para comprender los conceptos o para memorizarlos. Lo cual es falso y, por tanto, el doble de injusto. Porque se les culpa de lo que no son y además se les etiqueta haciéndoles sentir inferiores e incluso culpables.



Pero gracias a la técnica del qEEG, de la que ya he hablado en otros artículos, y que se puede resumir como el análisis matemático de un encefalograma para describir las frecuencias de disparo de las neuronas en cada zona de la corteza cerebral, podemos descubrir las causas que subyacen ante algunos problemas de rendimiento escolar.
Una de las más frecuentas es el TDAH, Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, que frente a lo que su nombre parece indicar no siempre va acompañado de hiperactividad, pero siempre se caracteriza por problemas de atención y, por ende, de comprensión. También he hablado en otros artículos sobre este problema, así que tampoco haré mucho hincapié sobre él, pero me gusta citar la frase de un antiguo cliente, que se trató para TDAH a los 60 años, porque quería afrontar en su jubilación el estudio de una carrera universitaria. Tras el tratamiento comentaba que había sido como si toda su vida hubiera llevado una gasa en el cerebro que no le dejara pensar con claridad, lo mismo que si la hubiera llevado sobre los ojos y no le hubiera dejado ver con nitidez, y que tras el tratamiento había desaparecido, como si se hubieran limpiado unas gafas empañadas.
Otro de los problemas frecuentes es la presencia de síntomas disejecutivos, que provocan que la persona no pueda establecer claramente la relación entre acontecimientos o conceptos y le cueste establecer prioridades sobre los mismos. Las personas afectadas por este problema parecen tener problemas de comprensión y asimilación de conceptos, por su dificultad para estructurarlos en su aprendizaje. Se sobrevalora lo que se sabe, por lo que se estudia menos de lo que se debe. También tienen dificultades para seguir las normas.
También es frecuente la existencia de impulsividad, que suele ir unida a un pobre afrontamiento del estrés. Se toman decisiones precipitadas, tanto en lo intelectual como en lo físico, por lo que son normales las manifestaciones de torpeza. Suelen estar acompañados de miedos diversos que pueden dificultar la adhesión social, o traducirse en un núcleo de amigos muy cerrado.
Hay otras manifestaciones emocionales que pueden desencadenar en déficit académicos, pero no pretendo escribir una artículo exhaustivo sobre el tema, tan solo incidir en que ninguno de estos problemas tienen que ver con la inteligencia y cuando se tratan el niño, o el adulto que los ha padecido toda la vida, puede desarrollar un desempeño cognitivo normal.

Así pues, si tienes, o has tenido toda la vida, dificultades con el estudio, la concentración, la asimilación de conceptos: ¡háztelo mirar! Busca en tu ciudad quien haga diagnósticos por qEEG y seguramente descubrirás que tu problema no es de inteligencia sino que se basa en otros problemas de base cerebral, pero que tienen tratamiento.




viernes, 18 de mayo de 2018

¿Por qué hay gente que cree que el TDAH no existe?

La polémica sobre el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad

Todavía siguen apareciendo artículos en revistas científicas que cuestionan la existencia del TDAH. Parece algo paradójico cuando se trata de un trastorno oficialmente reconocido, tanto por órganos sanitarios como educativos.

El trasfondo de la controversia se origina en la discusión sobre si el TDAH tiene efectivamente una base neurológica o se trata tan solo de la manifestación de problemas emocionales y conductuales.


Si nos remontamos a lo que se suele considerar el origen clínico del TDAH, que se debe a un estudio realizado por el británico George Still en 1902 en el que analiza la sintomatología de 20 niños con hiperactividad, las conclusiones de dicho estudio exponen como posible causa del trastorno vías genéticas o congénitas. Es decir, que desde sus inicios se consideró que no se trataba de un simple problema de conducta, sino que tenía un origen orgánico.
La tesis sobre el origen del trastorno se vería reforzada en 1917 y 1918 cuando se constató que varios niños afectados por la epidemia de encefalitis letárgica y que sobrevivieron a ella manifestaban síntomas similares, aportando argumentos a la hipótesis del origen neurológico de TDAH.
En la actualidad, los estudios de neuroimagen han demostrado que los niños diagnosticados de TDAH muestran en diferentes partes del cerebro diferencias estructurales significativas estadísticamente, comparados con niños que no padecen este trastorno.

Por el contrario, los detractores de estos argumentos plantean la inconsistencia del tratamiento farmacológico para niños con TDAH. Mientras que a algunos parece funcionarles bien -en cuanto a la reducción de los síntomas asociados al déficit de atención, los efectos secundarios de darle anfetaminas a un niño es inevitable-, en otros no solo no disminuye sus síntomas, sino que los agrava.

La explicación más lógica y comunmente aceptada para estar divergencia en los efectos farmacológicos es que este trastorno puede deberse a diferentes causas, produciendo todas ellas sintomatologías similares.

Usando el diagnóstico por qEEG del que ya he hablado en otros artículos, se detectan cuatro posibles orígenes del TDAH, de los cuales, según evidencias experimentales, solo dos responden adecuadamente al tratamiento mediante anfetaminas. Y todos ellos responden bien, también según evidencias experimentales, al tratamiento por Neurofeedback.

Si piensas que tu hijo tiene TDAH antes de empezar a medicarlo trata de realizarle un diagnóstico por qEEG. De momento solo se hace en los centros privados, pero el coste no es elevado (en general, aunque pregunta antes por si acaso) y estarás velando por la salud de tu hijo.